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LO ECONÓMICO Y LO FAMILIAR

Desde su origen lo económico ha estado ligado a lo familiar. El mismo término “económico” ya lo indica (οίκος = casa, υόμος = ley). Lo económico no es sino aquello relacionado con el gobierno de la casa. Se trata de una relación muy evidente en la sociedad antigua, patriarcal: la familia era lugar de producción, además de consumo. Muchas de las cosas que hoy compramos se fabricaban en el domicilio familiar. En la actualidad la situación ha cambiado: parte del “gobierno de la casa” está en nuestros días fuera de ella. Aún así lo económico y lo familiar siguen estando relacionados.

Esta relación vuelve a primer plano en la crisis que estamos viviendo. Cuando intentamos encontrar sus causas o buscar soluciones, siempre sale la comparación con la familia. “Nos ha pasado lo mismo que a una familia que no ha sabido controlar los gastos y que ha vivido por encima de sus posibilidades” –se dice. O también, “hay que recortar los gastos de la misma manera que en una familia cuyos ingresos han disminuido”. Parece como si el Estado, o más bien la “sociedad económica” fuera una gran familia. No lo es, pero ello no significa que algunas de las recetas que aplicamos en el ámbito familiar no puedan servir de inspiración para la sociedad en general. Estamos en un microcosmos donde las medidas que se toman tienen una consecuencia inmediata. En función de ésta, las medidas adoptadas adquieren una mayor precisión. Los recortes en la familia no llevan a una supresión radical del gasto, sino a una mejor forma de gastar o a una reestructuración completa de la organización de la casa. Es en ese momento cuando descubrimos que muchos de los gastos eran superfluos o se hacían de forma inadecuada. De manera que la crisis lleva a poner orden donde había desorden.

Lo mismo y con mayor fundamento podemos decir de los gastos del Estado. En épocas de bonanza económica se pierde el norte y se tiende a gastar por encima de lo que resultaría prudente. Se hacen obras que no son necesarias, se realizan inversiones de dudosa rentabilidad, se conceden subvenciones sin control, se financian excesivamente algunos servicios, etc. Es lo mismo que sucede en la familia, cuando el aumento de los ingresos nos lleva a pensar que ese dinero nunca se va a acabar. Pero con un agravante: la mayor irresponsabilidad. Lo que es de todos nos parece que es de nadie, que nadie es responsable de lo que sucede. “Si hay crisis, ya se resolverá” –decimos. ¡Gran engaño! Porque la crisis nos afectará a todos y todos tendremos que colaborar en resolverla.

Debemos aprovechar la crisis para hacer las reformas que necesita el Estado. Más eficiencia laboral, mayor competitividad empresarial, reducir las subvenciones al objetivo de incentivar la iniciativa y el desarrollo, y no al mantenimiento de parásitos, perseguir el fraude y controlar el gasto, etc. Y si para ello hay que remodelar el Estado suprimiendo o reestructurando algunos organismos (determinadas consejerías, algunas Autonomías, conciertos económicos, etc.), habrá que hacerlo.

AL.

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